Le gustará que sea el único ser humano que le haga pensar más haya del mundo y las personas, que le haya enseñado que pensar menos y hablar menos y decir más lo que se piensa puede ser también bueno para uno mismo.
También le gustará de él su risa, sobretodo esa que le sale del estómago aunque sea para reírse de ella. Y aunque algunos digan que es demasiado alto, demasiado flaco, demasiado listo o demasiado sensible, para ella Él es simplemente Emil, y nunca tuvo necesidad de algo distinto también supo apreciar el cambio. A ella le gusta cuidar de él y como él cuida de ella.
No entiende como es capaz de mantener un pie en cada orilla del río, y no elegir estar en su orilla, pero no se lo suele echar en cara, y ella siempre le habla con palabras calmadas en los momentos importantes, a pesar de que se le estalle la excitación en la voz cada vez que habla. Le gusta hacerla gemir. Le gusta como cuida de él sin agobiarle. Y también le gusta cuidar de ella.
Emil siempre sintió una parte de él atraído y repelido hacia esa cara oculta de María, esa locura ardiente se parece a una llama que devora una ciudad entera por diversión sin darse cuenta. Esa mirada, esas palabras que a veces parecen parte de un hechizo medieval o de un galimatias fuera de lugar que dejan entrever ese brillo extraño, que recuerda a Marion Cotillard en alguna de sus películas. Siempre le decía "Estás loca", porque en verdad, si no, no sabría que decir.
Maria escribía cartas. María escuchó canciones con bajos que le reventaban el pecho. María vio escenas que le partieron desde dentro. Si había una cosa que María disfrutaba era la creación y Emil era eso, y Maria lo era más con él.
A los dos les gustar que el otro ser lo último que ven al acostarse, antes de cerrar los ojos, sea de día, de noche, de madrugada
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