9 jul 2013

Somos lo que queda después de una ruptura.

Hace mucho que quería escribir esta entrada, pero la verdad es que no es fácil. Para nada.
Pero hoy me siento triste, llevo varios días así, no se lo que me pasa, subir escaleras es complicado y cansado y esta escalera es muy alta.
Quizás es que abrir la caja de los demonios encerrada en Jane Eyre no me ha venido tampoco muy bien y quiero remediarlo.

Quería escribir que somos lo que queda tras una ruptura. No hace falta que esta sea tras una relación amorosa, simplemente la perdida de alguien del que eras dependiente en varios sentidos, porque aquí la ruptura no es tanto para con la otra persona sino para con tu rutina, contigo mismo y con tu vida anterior.

No voy a hablar del hecho de la perdida, Dios sabe que eso es pedirme demasiado, pero quiero hablar de lo que pasa después. Podemos, después, creernos fuertes pero sentirnos débiles y automáticamente encadenarnos a otra persona para borrar a la anterior, una tras otra hasta que tengamos que replantearnos nuestras opciones, aunque la verdad es que hay gente que nunca llega a replantearselas. Hay gente que entra en un ciclo de relaciones en las cuales pide más de lo que puede y que da más de lo que tiene, gente que no conoce su propio valor y necesitará de la otra persona para que se lo recuerde constantemente. Es una carga que ninguna de las dos personas podrá soportar mucho tiempo en una relación, no sin derrumbarse, no sin acabar llorando en un sofá en vez de haciendo el amor.

También podemos después creernos débiles y sentirnos miserables, caer en una profunda depresión, que nos deja inútiles (no-útil, exactamente eso.) sin capacidad de acción, nos anulamos a nosotros mismos, nos perdemos en la perdida, en shock "gracias" a un mazazo emocional que nos ha dejado en el suelo y amenaza con arrastrarnos físicamente también.

Hay otra opción, complicada, que siempre estamos a tiempo de tomar, no importan los años ni ls relaciones pasadas y que solo dependen del valor propio y personal porque trata justamente de eso, de redescubrir tú valor único. En esta opción debemos asumir que no estamos "hechos" para estar con otra persona, al menos no aparte de nosotros mismos. Somos nosotros lo que en plenas facultades mentales y físicas decidimos darnos a otra persona, pero no porque nadie lo diga, nadie que no sea nosotros puede poner esas palabras en nuestra boca. Y es que ¿Si no se tiene amor propio, que amor pretendes compartir con otra persona? Una persona que quiere a otra sin quererse a si misma, requeriendo entonces su amor propio creará una carga tan grande a su compañero que no será capaz de soportar a no ser que el no busque lo mismo, lo cual tampoco suele traer buenas consecuencias.

El amor, amar a una persona, no debería ser depender de ella sino apoyarse en ella. Tener complicidad, intimidad y entendimiento mutuo. Ganas de compartir algo juntos y de esforzarse por ello. Así, llegado el momento, podríamos sobrevivir si la relación simplemente no llega a más.

Porque solo nosotros somos dueños de nosotros mismos.
Y esa es la verdadera dignidad,
el verdadero valor humano.

Quererte con  tus virtudes y tus defectos,
Luchar por ser tu mejor yo,
Atreverte a ofrecer tu mejor yo al resto de las personas,
Perseverar y no cerrar tu corazón ni tu mente
ni a las experiencias ni a las personas.
Y a pesar del pasado,
mirar con Esperanza el futuro.

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