30 oct 2014

No nos quedan fármacos.

La sensación de desaparecer, disueltos, inexistentes, consumidos por la sangre.

La sensación, ese punzón detrás de la oreja; se parece un poco al contacto de unos labios prohibidos, carnosos, que no se quieren, se desean.

Hay un hombre riéndose en la penumbra, en el punto muerto tras la puerta del armario. Nos esta mirando, tendidos en la cama, al borde del quejido. Quizás si sonríe se ilumine la oscuridad.
Nuestros ojos brillan como perlas agujereadas; están viendo como el techo queda cada vez más lejano.

Nuestro pecho nunca fue tan ligero, ni las palmas de nuestras manos tan pesadas. Nunca nos quedamos tan anclados a la cama, al borde del quejido, sin poder respirar.

Hay un nombre que nos mira,
no nos quedan fármacos que tomar.




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