18 jul 2014


Hay días nublados, fragancias que se cuelan de improvisto, una sombra que escapa por poco a la vista y juega en el esquina de nuestras pupilas.
Una brisa que más que brisa parece caricia, y que más que caricia se siente como una mano agarrándose a nosotros por nuestras heridas, usando de asas los bordes cauterizados.
Y nosotros, masoquistas, no nos atrevemos a llamar dolor a ese picor que sentimos en el alma. Una tarde más.





<< Ella cogió el teléfono sin línea. Lo estrujó entra sus manos sin ningún resultado, y al borde de las lágrimas dijo casi como un grito sin voz: "Ángel… ¿Donde coño estás…" >>

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